
Relato – Caído de las estrellas
Cuando Azathoth le recogió de los restos de aquel meteorito, no esperaba una criatura así, tan distinta a cualquier otro visitante de los que habían llegado a su planeta. Especies violentas, invasoras, agresivas. Llegaban a R’lyeh con el único fin de conquistar sus tierras, saquear sus recursos y esclavizar a sus habitantes. Y acababan exterminados. Pero aquel visitante era distinto y por eso empezó a pasar más tiempo a su lado, a intentar socializar con él, a enseñarle su idioma. Poco a poco estrechaban vínculos y veía en aquella criatura parte de sí mismo.
—Sll’ha sgn’wahlyar —le dijo en una ocasión, tras muchas lunas meditándolo.
El visitante apartó la mirada ante lo inesperado de la propuesta. Los R’lyehoth eran dioses, únicos en el universo; por eso la invitación a compartir el espacio íntimo entre ellos suponía una unión especial, algo extraordinario. Lo había observado y notaba como las membranas de sus alas vibraban al estar cerca, como los tentáculos que componían su rostro se encogían al comunicarse, como la masa gelatinosa que formaba su cuerpo temblaba. Ambas criaturas sentían lo mismo. Era extraño, pero el universo las unía y ellas no eran nada para luchar contra él. Habían llegado al punto de comunicarse con solo una mirada. Sus pensamientos fluían libres entre sus conciencias y ambos se alegraban de haberse encontrado, de compartir un todo.
Pero no todos en R’lyeh aceptaban al visitante.
Nyarlathotep, el sumo sacerdote, siempre despreciaba su ayuda y lo humillaba ante Azathoth cada vez que tenía oportunidad, a pesar de que este lo ignorase. Y con sus palabras intentaba envenenar al resto de dioses. Pero Azathoth controlaba todo y sus deseos eran órdenes, por lo que aquel visitante pasó a ser un R’lyehnyth, un siervo del planeta, aunque no un esclavo. Un ser aceptado por los nativos, hermanado con ellos y fiel a sus creencias. Y lo bautizaron como tal, recibiendo parte del poder de sus protectores.
—Uln syha’h Cthulhu, ooboshu. Hupadgh shogg. Y’hah.
—Y’hah —contestó al recibir la bendición.
Ahora era un dios más y protegería R’lyeh por siempre.
Pero Nyarlathotep tenía otros planes y el bautizo era el momento idóneo. Las estrellas sobre ellos estaban alineadas en un cielo negro y las fuerzas de los dioses debilitadas. Con el poder que el rito del bautismo le confiaba en ese momento, recitó la maldición. Una frase que encerraría a Azathoth durante una eternidad en un lugar muy lejos de allí, perdido en la inmensidad del universo. Un R’lyeh creado solo para el dios de dioses, donde dormiría hasta el fin de los tiempos.
El brillo de las estrellas descendió hasta el sumo sacerdote. Los dioses que le rodeaban no tuvieron tiempo a reaccionar cuando este lanzó el rayo a Azathoth, pero Cthulhu sí. Sus alas protegieron al dios primigenio que le había recogido, cuidado y aceptado. Sus mentes conectaron una vez más antes de desaparecer y sumirse en un sueño tan profundo como la oscuridad del espacio.